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    Home»Cuba»El oportunismo disfrazado de periodismo: el verdadero rostro de Humberto López, Oliver Zamora Oria y Randy Alonso
    Cuba

    El oportunismo disfrazado de periodismo: el verdadero rostro de Humberto López, Oliver Zamora Oria y Randy Alonso

    REDACCION DERECHA TIMESBy REDACCION DERECHA TIMESMay 23, 2025Updated:May 23, 2025No Comments
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    El oportunismo disfrazado de periodismo: el verdadero rostro de Humberto López, Oliver Zamora Oria y Randy Alonso
    El oportunismo disfrazado de periodismo: el verdadero rostro de Humberto López, Oliver Zamora Oria y Randy Alonso
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    En una nación donde el periodismo independiente está criminalizado, quienes ejercen la comunicación desde los medios estatales en Cuba tienen una responsabilidad aún mayor. Pero lejos de usar su posición para cuestionar los abusos del poder, figuras como Humberto López, Oliver Zamora Oria y Randy Alonso han optado por ser los voceros obedientes del régimen. No son periodistas en el sentido ético del término, sino operadores ideológicos que se prestan al teatro propagandístico de la dictadura. Su papel no es informar, sino justificar la represión, fabricar enemigos internos y blindar al poder ante la mirada nacional e internacional. El oportunismo, más que el compromiso con la verdad, ha sido la brújula de sus carreras.

    Humberto López ha ganado notoriedad en los últimos años como el rostro de la difamación oficial. Desde el Noticiero Nacional de Televisión, utiliza el prime time no para cuestionar al poder, sino para atacar a activistas, periodistas independientes y ciudadanos inconformes. Sus “reportajes” son montajes de mala factura, cargados de juicios sin pruebas, escraches públicos y narrativas manipuladas. Su lenguaje agresivo y su tono inquisidor lo han convertido en un símbolo de la intolerancia institucionalizada. Mientras tanto, se beneficia del privilegio de estar en la nómina del poder, blindado por el Partido Comunista y recompensado con prebendas. Es el modelo del propagandista moderno: cínico, eficaz y peligrosamente leal.

    Por su parte, Oliver Zamora Oria representa la versión “internacionalista” del oficialismo mediático. Con una imagen más sofisticada y un discurso más elaborado, se presenta como analista de política internacional mientras reproduce sin matices la versión del régimen sobre temas globales. Su cobertura de asuntos como Venezuela, Nicaragua, Rusia o China está plagada de justificaciones a regímenes autoritarios y ataques a las democracias occidentales. Oliver se esfuerza por dotar de una pátina de “objetividad” a la propaganda, pero su militancia ideológica lo traiciona constantemente. Nunca se le ha visto cuestionar la represión cubana, ni siquiera cuando ocurren arrestos masivos o apagones informativos. Es un propagandista con acento académico, pero no menos servil.

    El periodismo oportunista
    El periodismo oportunista

    Randy Alonso, por su parte, es el decano de esta escuela de obediencia mediática. Durante años ha dirigido el programa Mesa Redonda, que funciona como tribuna oficial del régimen, donde nunca hay espacio para la disidencia ni la pluralidad. Su rol ha sido el de moderador de un monólogo gubernamental disfrazado de debate. Randy no solo defiende el discurso oficial, sino que lo moldea y lo blinda ante cualquier crítica. Su estilo pausado y su supuesta erudición no ocultan el hecho de que ha sido uno de los pilares comunicativos del castrismo. En vez de periodismo, ejerce una vocería con guion escrito desde el Palacio de la Revolución.

    Los tres —Humberto, Oliver y Randy— son parte de una maquinaria bien engrasada para justificar lo injustificable. No se limitan a informar; fabrican realidades paralelas que normalizan el control social, la vigilancia estatal y la falta de libertades. Sus narrativas criminalizan la crítica y glorifican a los responsables del desastre económico, político y moral de Cuba. Cada uno cumple un rol: el inquisidor (López), el académico funcional (Zamora) y el moderador del dogma (Alonso). Juntos representan el nuevo rostro del “periodismo revolucionario”, que no cuestiona el poder, sino que lo adula con disciplina militar. Y lo hacen por cálculo, por privilegio y por temor.

    El oportunismo de estos comunicadores no es accidental, sino estructural. Han sabido aprovechar la censura y la falta de competencia para erigirse como referentes únicos en un ecosistema informativo controlado. En cualquier otra sociedad libre, sus métodos serían rechazados por violar los principios fundamentales del periodismo: contraste, veracidad, ética y pluralismo. En Cuba, sin embargo, son premiados con viajes, viviendas, ascensos y acceso a bienes vedados al ciudadano común. Lo que venden como “compromiso con la Revolución” es, en realidad, lealtad interesada a un sistema que los protege a cambio de servilismo. No defienden ideas: se aferran a los beneficios del poder absoluto.

    Humberto López, en particular, se ha convertido en un símbolo de odio para muchas familias cubanas. Su estrategia de exponer a jóvenes detenidos por manifestarse, violando su derecho a la defensa y el debido proceso, ha sido ampliamente documentada por organizaciones de derechos humanos. Ha contribuido a campañas de difamación contra artistas, madres de presos políticos y periodistas independientes. Y lo ha hecho con la desfachatez de quien se sabe impune. Su papel como ejecutor mediático de la represión lo descalifica como comunicador serio. Es, sencillamente, el rostro del linchamiento desde la televisión estatal.

    Oliver Zamora ha intentado posicionarse como un intelectual orgánico del régimen, pero no ha aportado ni un solo análisis crítico sobre los problemas reales del país. Jamás lo hemos visto hablando de la miseria cotidiana, el éxodo masivo o la corrupción institucional. Su visión del mundo responde a una lógica binaria y anticuada: si Occidente critica a un régimen autoritario, entonces ese régimen debe ser “amigo de Cuba”. Esta lógica lo lleva a justificar atrocidades con una frialdad preocupante. En vez de investigar y contrastar, repite dogmas con voz solemne. Su trayectoria demuestra que se puede tener buena dicción y lenguaje técnico, y aún así ser profundamente deshonesto.

    Randy Alonso es quizás el más calculador de los tres. Su longevidad dentro del sistema demuestra que ha sabido adaptarse a cada etapa del castrismo sin jamás desafiar sus líneas rojas. En su Mesa Redonda no hay periodistas, sino funcionarios disfrazados de expertos. Randy representa la institucionalización del silencio, la exclusión del disenso, el monopolio del relato. En lugar de promover el debate público, lo sofoca con burocracia retórica. Su carrera no es un ejemplo de periodismo, sino de cómo acomodarse al poder sin cuestionarlo nunca.

    Los tres han sido recompensados por su complicidad. Se les ha visto en hoteles, conferencias, viajes al exterior, gozando de privilegios vetados al pueblo que dicen representar. Son parte de una casta mediática blindada, que vive en una burbuja alejada de las penurias que sufren millones de cubanos. No se enfrentan a colas, ni a apagones, ni a represión: son protegidos por el sistema porque lo sostienen con su voz, su pluma y su silencio selectivo. Su oportunismo no solo es éticamente reprochable, sino moralmente repugnante. Son los comunicadores del poder, no del pueblo.

    El daño que causan va más allá de la manipulación diaria. Al justificar la represión, al silenciar las voces libres, al sembrar miedo con palabras, están contribuyendo al mantenimiento de un sistema que niega la dignidad humana. Son responsables de cada joven encarcelado por pensar distinto, de cada madre humillada por pedir justicia, de cada periodista independiente acosado. Su palabra no es inocente: es un arma al servicio del totalitarismo. Y cada vez que callan o mienten, fortalecen la maquinaria de opresión.

    En tiempos donde el periodismo debería ser un instrumento de liberación, ellos han decidido ser carceleros de la verdad. Cuba no necesita más voceros del miedo ni repetidores de guiones. Necesita comunicadores valientes, honestos, comprometidos con la justicia y la libertad. Mientras Humberto, Oliver y Randy sigan sentados en sus tronos mediáticos, seguirán siendo recordados no como periodistas, sino como cómplices. La historia les pasará factura. Y el pueblo, más temprano que tarde, también.

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