Elon Musk, el magnate tecnológico convertido en figura clave de la Administración Trump, ha oficializado su salida del Gobierno federal apenas dos días antes del vencimiento legal de su designación como “empleado especial”. Este rol temporal, limitado a 130 días, lo colocó al mando del Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE), una iniciativa emblemática que prometía recortar el despilfarro en el aparato estatal.
Durante su estancia en Washington, Musk no solo se convirtió en protagonista del llamado “trumpismo empresarial”, sino que también se granjeó tanto aplausos como críticas. Por un lado, fue elogiado por su estilo disruptivo y su enfoque pragmático hacia la contención del gasto público. Por otro, sus gestiones provocaron serias tensiones internas y le generaron problemas reputacionales que comenzaron a afectar a sus empresas, especialmente a Tesla. Algunos analistas financieros apuntan a que estas controversias se tradujeron en una caída de la confianza de inversores, incidentes de vandalismo en sucursales y una creciente inquietud en Wall Street.
La salida de Musk no fue sorpresiva. A través de un mensaje en su red social X, agradeció al presidente Donald Trump la oportunidad de haber liderado DOGE y subrayó que la verdadera transformación del gasto público solo será posible si se convierte en un principio sistémico. “A medida que mi período programado como empleado especial del Gobierno llega a su fin, me gustaría agradecer al presidente @realDonaldTrump por la oportunidad de reducir el gasto innecesario. La misión @DOGE sólo se fortalecerá con el tiempo a medida que se convierta en una forma de vida en todo el gobierno”, escribió.
Sin embargo, el tono de Musk fue menos entusiasta que en ocasiones anteriores, reflejando un evidente distanciamiento de la Administración. Según fuentes cercanas al gabinete presidencial, las tensiones entre el magnate y altos funcionarios se hicieron insostenibles, especialmente a raíz del rechazo de Musk al megaproyecto de ley impulsado por los republicanos. En declaraciones a CBS “Sunday Morning”, Musk expresó su “decepción” por el plan presupuestario, que según cálculos podría aumentar el déficit fiscal del país en 3,8 billones de dólares para 2034.
Elon Musk, quien adquirió Twitter (ahora X) en 2022, reconoció públicamente que su involucramiento en política le dejó un sabor agridulce. En una entrevista reciente al New York Times, admitió que su paso por la Administración Trump tuvo un costo significativo para su imagen y la de sus empresas. “Me arrepiento del tiempo que dediqué a la política; no ha sido positivo para mi reputación ni para la de mis compañías”, confesó.
DOGE fue concebido como un experimento temporal para fiscalizar y reestructurar el gasto federal. Desde su creación, el equipo encabezado por Musk realizó auditorías en agencias clave, detectando casos de despilfarro, corrupción y fraudes. Pese a los logros iniciales, la continuidad del programa quedó supeditada a la voluntad política, y la oficina será disuelta el 4 de julio de 2026, conforme al decreto presidencial.
Aunque algunos esperaban que Musk extendiera su mandato, la salida ya había sido anticipada. En una entrevista con Fox News en abril, Bret Baier le preguntó si consideraba mantenerse más allá del límite legal, a lo que Musk respondió: “Creo que lograremos reducir el déficit en un billón de dólares dentro de ese plazo”. Por su parte, Trump también dejó claro su respaldo al empresario, pero reconoció que sus responsabilidades corporativas limitaban su disponibilidad. “Creo que es increíble. Pero también tiene una gran empresa que dirigir. Lo mantendría tanto tiempo como pudiera. Es un tipo muy talentoso. Amo a la gente inteligente, y él ha hecho un gran trabajo”, expresó el mandatario en marzo.
La partida de Musk marca el cierre de una etapa que, para muchos, representa una ambiciosa pero fallida tentativa de reingeniería gubernamental. Mientras DOGE se prepara para su eventual disolución, el debate sobre la eficacia y los límites de la colaboración público-privada sigue abierto. Para Musk, el capítulo Washington concluye, pero el impacto de su fugaz incursión en la política federal aún está por medirse.