La crisis de desabastecimiento en Cuba ha alcanzado niveles alarmantes, llevando al gobierno castrista a intensificar el racionamiento de medicamentos. En una situación donde la insuficiente oferta predomina y las soluciones reales brillan por su ausencia, el régimen no ha hecho más que profundizar el sufrimiento de una población ya desgastada por la escasez y la desidia.
A pesar de los intentos de las autoridades por justificar esta crisis mediante argumentos de “condiciones externas”, las largas filas en farmacias de todas las provincias y la angustia de pacientes con enfermedades crónicas, como hipertensión, diabetes y asma, exponen la cruda realidad: el sistema sanitario cubano, otrora motivo de propaganda del régimen, se tambalea bajo el peso de su propia ineficiencia y falta de recursos.
En la provincia de Camagüey, el gobierno ha implementado un nuevo sistema de distribución farmacéutica basado en un cronograma que asigna días específicos para la compra de medicamentos según el consultorio médico al que pertenece cada paciente. Este método, aunque presentado como una solución para garantizar “equidad”, no hace más que maquillar la escasez crónica de medicamentos esenciales.
Las cantidades disponibles para cada paciente dependen de las entregas recibidas en cada ciclo de distribución, y los medicamentos controlados son tratados con un manejo especialmente riguroso. Sin embargo, la realidad es que estos esfuerzos son apenas un paliativo para una situación que sigue empeorando.
Según datos oficiales, más del 70% de los fármacos esenciales están en falta, lo que equivale a más de 460 medicamentos del cuadro básico. Para los pacientes, esto significa no solo enfrentar el riesgo de complicaciones graves por la falta de tratamiento, sino también tener que recurrir al mercado negro, donde los precios se han disparado. Por ejemplo, un frasco de amoxicilina puede costar hasta 300 pesos, una cifra inalcanzable para la mayoría de los cubanos.
El impacto de esta crisis no puede subestimarse. Los pacientes con enfermedades crónicas, así como los ancianos, enfrentan una situación desesperante. Se han reportado casos de personas que duermen en los portales de las farmacias para asegurar un lugar en las interminables filas, solo para descubrir al final que los medicamentos que necesitan no están disponibles.
La respuesta del gobierno, como de costumbre, ha sido insuficiente. En lugar de reconocer los fallos estructurales del sistema y tomar medidas reales para resolverlos, el régimen ha extendido medidas superficiales como la exención arancelaria para la importación de medicamentos y otros productos básicos por parte de viajeros. Si bien esto podría aliviar ligeramente la situación, no aborda la raíz del problema: la incapacidad del Estado para garantizar un sistema de salud funcional.
Régimen castrista: un modelo fallido
El discurso oficial, repetido hasta el cansancio, culpa al embargo estadounidense y a las “condiciones externas” por todos los problemas de desabastecimiento. Sin embargo, esta narrativa ignora el profundo deterioro de la infraestructura sanitaria y la mala gestión que ha caracterizado al régimen por décadas. Las cifras hablan por sí solas: según declaraciones del propio ministro de Salud Pública, José Ángel Portal Miranda, el desabastecimiento continuará debido a problemas de financiamiento y dificultades en la adquisición de materias primas.
El fracaso del modelo castrista es evidente. Un sistema que durante años se presentó como un ejemplo a nivel mundial ahora muestra su verdadera cara: una estructura incapaz de satisfacer las necesidades básicas de su población. Mientras los dirigentes del régimen viven en la opulencia, millones de cubanos enfrentan un día a día marcado por la incertidumbre y el sufrimiento.
¿Hasta cuándo?
La crisis de medicamentos en Cuba no es un fenómeno aislado, sino parte de un problema más amplio que refleja el colapso de un sistema que ha priorizado el control político sobre el bienestar de su gente. Cada día que pasa, la dictadura castrista pierde más legitimidad a los ojos de una población que, aunque resistiendo, se ve obligada a soportar condiciones cada vez más precarias.
Es hora de que el mundo reconozca que el problema en Cuba no es el embargo ni las condiciones externas, sino un régimen que ha fallado a su pueblo una y otra vez. Solo con un cambio estructural y una verdadera voluntad política podrá Cuba salir del abismo en el que se encuentra. Mientras tanto, el pueblo cubano sigue pagando el precio más alto: su salud y su dignidad.