El régimen cubano ha lanzado una ofensiva verbal sin precedentes contra Mike Hammer, jefe de la Misión Diplomática de Estados Unidos en La Habana, a quien acusa de “promover la desestabilización del país” por mantener una agenda de encuentros con activistas, periodistas independientes y familiares de presos políticos. A través de medios oficiales y perfiles digitalmente afines, el gobierno de Miguel Díaz-Canel ha convertido a Hammer en el blanco de una campaña que revive viejos fantasmas de la “injerencia imperialista”.
La narrativa oficialista acusa al diplomático estadounidense de actuar como “emisario imperial” en una supuesta “guerra híbrida” contra la isla. Los ataques se centran en las reuniones sostenidas por Hammer con figuras emblemáticas de la oposición como José Daniel Ferrer, líder de la UNPACU, y Berta Soler, portavoz de las Damas de Blanco. También se le vincula con creadores de contenido digital críticos del sistema, a quienes La Habana tacha de “mercenarios digitales”.
La prensa estatal ha articulado una teoría conspirativa en fases: victimización mediática de los opositores, presión económica internacional y promoción de cibercampañas desde el exilio. En paralelo, el aparato propagandístico ha reactivado consignas como #FueraHammer y #CubaNoSeVende, tratando de posicionarlas como trending topics entre cuentas afines al castrismo, muchas de ellas de dudosa autenticidad.
Desde su llegada en noviembre de 2024, Hammer ha mantenido una política de diplomacia activa y transparente, difundiendo en redes sociales sus visitas a templos religiosos, comunidades marginadas, familias de detenidos por motivos políticos y periodistas independientes. Esta práctica, habitual en misiones diplomáticas occidentales, ha sido interpretada por el régimen como un acto de agresión deliberada.
La reacción oficial no se ha limitado al discurso. Según la ONG Cubalex, entre el 29 de abril y el 19 de mayo de 2025 se produjo una oleada de represión preventiva contra opositores convocados o cercanos a encuentros con el embajador. Al menos seis miembros de la sociedad civil fueron víctimas de arrestos arbitrarios, vigilancia domiciliaria y restricciones de comunicación, una estrategia que apunta a impedir el ejercicio del derecho a la libre asociación incluso en espacios diplomáticos.
En tres ocasiones distintas, el Ministerio de Relaciones Exteriores de Cuba ha convocado a representantes estadounidenses para entregar notas de protesta por lo que consideran “una conducta hostil e injerencista” de Hammer. Los ataques incluyen además menciones reiteradas a organizaciones como la USAID y la National Endowment for Democracy (NED), a quienes se acusa de financiar a los interlocutores del diplomático.
Este nuevo episodio agrava el ya delicado clima bilateral entre Washington y La Habana, marcado por la inclusión de Cuba en la lista de países patrocinadores del terrorismo, la continuidad del embargo económico y el deterioro sostenido de los derechos humanos en la isla. El Gobierno cubano intenta presentar a Hammer como catalizador de una crisis interna que es, en realidad, consecuencia directa de la represión estructural contra su propia población.
El ataque coordinado contra el jefe diplomático estadounidense revela no solo una intención de aislar a la oposición, sino también un temor profundo del régimen a perder el monopolio del relato internacional. En la era digital, cuando los disidentes pueden compartir sus historias y pruebas de persecución en tiempo real, el contacto con representantes internacionales se convierte en un salvavidas político y humano.
Los intentos del régimen por deslegitimar la labor diplomática de Hammer confirman lo que muchos activistas denuncian desde hace años: que en Cuba, cualquier interacción con el extranjero que no sea controlada por el Estado es vista como una amenaza. Pero este hostigamiento también es señal de que el régimen teme al relato que se construye más allá de sus fronteras.
Mientras los medios estatales fabrican enemigos externos, la realidad interna sigue mostrando un país donde pensar diferente cuesta la libertad, y a veces, la vida misma. El acoso a Mike Hammer no es una causa: es un síntoma de la fragilidad de un sistema que, pese a décadas de censura y represión, no logra silenciar a quienes luchan por ser escuchados.